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SUDAMA Y EL LAVATORIO DE PIES

En el Srimad Bhagavata Purana se cuenta la historia de Sudama, el brahmín. Sudama era muy pobre, vivía con su esposa Kalyani en una humilde choza que apenas cubría sus necesidades de vivienda. El pobre brahmín y su mujer sólo tenían unos harapos para vestir, y llevaban una vida increíblemente austera. Sin embargo nunca habían rezado pidiendo nada material. Sucedía que Sudama había sido amigo de Krishna, el Señor, durante su infancia. Ellos estudiaron en el mismo ashram, bajo la guía del maestro Sandipani Muni. Kalyani no deseaba nada para ella, pero le dolía ver a su marido en condiciones de tal penuria.

Así, un día le dijo: “¿Por qué no vas a ver a tu amigo de la infancia, Krishna? Él ahora es un gran príncipe en la ciudad de Dwaraka, y si le pides algo, no te lo negará”. Sudama miró a su esposa, vestida con una única tela. A él tampoco le gustaba ver a su mujer en la penuria, de modo que decidió ponerse en camino. Sin embargo, no le parecía bien ir a ver al Señor sin llevarle algún presente. Kalyani buscó por toda la casa, y después entre el vecindario. Finalmente sólo pudo reunir un puñado de arroz. Lo envolvió en un trozo de su vestido y se lo entregó a su marido. Así, Sudama marchó hacia Dwaraka, la ciudad de Krishna.

Cuando el pobre brahmín llegó a Dwaraka, se vió impresionado por los enormes palacios que allí se alzaban. Pensó que ni en sueños le permitirían llegar hasta Krishna. Sin embargo, cuando llegó a las puertas, los guardianes se apartaron para darle paso de inmediato. Así sucedió durante todo el camino hasta el trono de Krishna.

El Señor Krishna se hallaba con su esposa Rukmini en el salón del trono. Cuando vio a Sudama, inmediatamente dejó su asiento, y con lágrimas en los ojos, abrazó tiernamente a Sudama. Después lo sentó en su trono y pidió a Rukmini que trajese agua y perfume para honrarle. Mientras Rukmini abanicaba a Sudama, Krishna, arrodillado, lavaba los pies del pobre brahmín. Los cortesanos asistían asombrados a la escena. ¡El Señor de los Mundos, lavando los pies de un mendigo! Sudama no tenía en verdad buen aspecto. Su ropa era pobre, y él mismo estaba casi en los huesos. Estaba muy avergonzado, ya que no se sentía digno de tal trato, y no se atrevía a darle su humilde presente. Pero Krishna dijo: “Sudama, sé que has traído algo para mí”. Sudama no podía articular una palabra, tal era su emoción. Finalmente, tras insistir mucho, Krishna consiguió que Sudama le diera el pequeño paquete.

Cuando Krishna abrió el pedazo de tela, dijo: “¡Oh, Sudama! Has recordado que me encanta el arroz frito. Siempre estabas dándome tu arroz en los años con nuestro maestro. ¡Gracias!” Krishna estaba genuinamente emocionado. Devoró el arroz con verdadera fruición. Él, que estaba rodeado de lujos y manjares, comió el arroz como el festín más exquisito.

Sudama y Krishna pasaron mucho tiempo hablando de su infancia juntos. Cuando Sudama tuvo que partir, no quiso pedirle nada al Señor. No quería manchar su buena fortuna de haber estado junto a Krishna tan amorosamente. Sin embargo, al regresar a su casa, vio que había cambiado. Ya no era la choza en la que vivía, sino una suntuosa mansión. Su esposa Kalyani le esperaba vestida como una reina, rodeada de sirvientes, pero con la misma humilde mirada de siempre. Sudama y Kayane vivieron felices el resto de sus vidas en el servicio del Señor.

Sudama no halló en realidad ninguna riqueza material. El palacio que le esperaba a su vuelta no era sino la materialización de su gran humildad. Sudama fue a ver a Krishna desnudo de su ego, sin ánimo egoísta, y sólo por el bienestar de su esposa. Por esta razón, no encontró ningún obstáculo entre Dios y él. Así sucede con todo el que se acerca a la Divinidad con corazón puro.

Esta bella escena del Bhagavata Purana nos recuerda a otra estampa religiosa, en esta ocasión del cristianismo. En el Evangelio según San Juan, Jesús, el último día con sus discípulos antes de ser prendido y ejecutado, los lleva a un cenáculo y lava los pies de cada uno de ellos. Jesús les dice:

“¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros”.

Resulta interesante observar como en dos credos diferentes y en ocasiones incluso opuestos, la encarnación de Dios realiza el mismo acto para mostrarnos que la verdadera grandeza reside en la humildad. Pero el lavado de pies de Krishna a Sudama, así como el de Cristo a sus apóstoles no es tan sólo un ejemplo de humildad, sino un sentimiento verdadero. Dios ama tanto a su devoto, que desea honrarle a pesar de su grandeza infinita. A pesar de las distintas religiones y denominaciones culturales, la esencia de la vida espiritual, el amor universal, se establece como la enseñanza eterna.

Shloka:

sa vai puṁsāṁ paro dharmo

yato bhaktir adhokṣaje

ahaituky apratihatā

yayātmā suprasīdati

El camino supremo para la humanidad es ese amor divino al Trascendente, sin causa y sin final, que satisface al ser por completo.

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