Perspectiva espiritual sobre el amor familiar
Ya que no somos estos cuerpos, ¿es un error amar a nuestra familia?
Dhyana-kunda Devi Dasi
Carta:
Tengo algunas dudas sobre la forma en la que se describe al yo en el Bhagavad-Gita. Desde el punto de vista teológico, es correcto: somos eternos, vivimos muchas veces con la finalidad de saldar nuestro karmay progresar hacia Dios, etc. Pero cuando trato de aplicar este conocimiento a las relaciones personales, me choca como algo árido y contrario a la individualidad y el amor.
Tengo marido y dos hijas, una de tres años y la otra de ocho meses. Esas tres «entidades vivientes», como ustedes las denominarían, son tan diferentes unas de otras. Me resulta difícil creer que nuestros cuerpos y mentes no son de ninguna importancia, que en última instancia todos somos lo mismo. Aún me resulta más difícil de aceptar el que seamos unos extraños desconocidos, espiritualmente hablando, y que nuestros sentimientos y relaciones humanos tengan un valor negativo, puesto que el objetivo de la existencia es abandonar ese «afecto material falso». Agradecería alguna orientación sobre estos temas.
Mi respuesta:
Probablemente se refiera usted al segundo capítulo de la Bhagavad-Gita, donde Krishna le ofrece a Arjuna Su primera lección: la diferencia entre cuerpo y alma, materia y espíritu. Las primeras lecciones suelen presentar las cosas del modo más sencillo posible, y puesto que revelan un aspecto nuevo de la realidad, puede parecer que son contrarias a nuestra comprensión actual. Pero si se profundiza en el estudio de estas nuevas lecciones, se reflexiona en ellas y se resuelven las dudas —lo que está usted haciendo— podemos encontrar una síntesis entre nuestras antiguas creencias y el nuevo conocimiento. La primera cuestión expuesta por Krishna es que el alma, o el yo, es distinta del cuerpo. Así que hace hincapié en el contraste: el yo es imperecedero, inmutable, estable, invisible, inconcebible. Integrar esta descripción con la riqueza de características personales que apreciamos en nosotros mismos y en los demás es en verdad difícil. Pero el yo es más complejo que estas características negativas.
Mientras contempla a su hija descubrir su reflejo en un espejo, quedar fascinada por dicho reflejo, sonreírle y gatear por detrás del espejo tratando de ver «a la otra niña», puede observar que tales atributos del alma corresponden a la conciencia, individualidad, la tendencia de buscar el placer y la necesidad de relacionarse con otros. Se trata de cualidades fundamentales del espíritu. En sí misma, mientras observa a su hija, puede experimentar otra cualidad espiritual: el deseo de amar y servir.
No existen dos almas iguales. Sin embargo, todas cuentan con la misma naturaleza básica, sea cual sea el cuerpo que ocupen. En consecuencia, «los sabios humildes, en virtud del conocimiento verdadero, ven con la misma visión a un manso y humilde brahmana, a una vaca, a un elefante, a un perro y a un comeperros [paria]». (Bhagavad-Gita5.18).
Nuestro cuerpo y nuestra mente sí son importantes; no existe nada en la creación que carezca de objetivo. El cuerpo es la expresión del yo, o de manera más exacta, del lugar que ocupa en el largo viaje de la autorrealización. La Superalma se encuentra en el corazón, acompañándonos —al alma— de una vida a otra, otorgándonos nuevos cuerpos que permitan satisfacer nuestros deseos y ofreciéndonos oportunidades para progresar espiritualmente.
No es por causalidad
No es por casualidad que se recibe un cuerpo y una mente humanos, capaces de introspección y libre albedrío. Nuestro karma nos sitúa en un cuerpo de hombre o mujer, pero hay lecciones que tenemos que aprender, como las hay en ser pobre o rico, o en disfrutar de unas relaciones felices o desgraciadas. Todos los seres vivientes, tengan interés en Dios o no, se encuentran recorriendo la senda de la comprensión de Dios, cada cual de una manera individual y única. «Todo el mundo sigue Mi camino en todos los aspectos», dice Krishna (Bhagavad-Gita 4.11).
Para algunos Dios es un extranjero. Su afecto se limita a aquellos con los que comparte una relación corporal: padres, esposos, hijos, aún sabiendo que todas las relaciones corporales son temporales. Lo que nos relaciona a todos y nos hace dignos de ser amados es que todos nosotros somos partes integrales del Todo espiritual.
Hemos nacido en una familia particular para ofrecer algo, o aprender alguna cosa los unos de los otros.
En la raíz más profunda de nuestra naturaleza, somos sirvientes y amantes de Dios.
Entonces, ¿es perjudicial el amor a la familia? No. Si en esta vida hemos coincidido en una familia, no ha sido únicamente para que podamos, de manera mecánica, «saldar nuestro karma». Nuestros senderos en pos de la autorrealización se han cruzado; tenemos algo que ofrecer o que aprender los unos de los otros.
Volver a darnos cuenta de nuestra relación personal con Dios no significa volvernos extraños los unos con los otros. Si amamos a Dios no vamos a dejar de amar a los demás. Krishna en persona condena la mentalidad de aquellos que adoran Su Deidad en el templo, pero no saben contemplar a todo el mundo como parte integral de Él.
Expresar el amor
El amor genuino, como deseo desinteresado de ayudar a los demás en su desarrollo espiritual, puede expresarse por mediación del cuerpo. Como madre, sabe que los niños pequeños necesitan del amor que se les expresa mediante el contacto corporal para que puedan convertirse en adultos emocionalmente equilibrados. Sin ese equilibrio emocional, los niños tendrán dificultades para seguir cualquier práctica espiritual. Pero fundamentarse en esta necesidad, en nombre de las relaciones corporales («Eres mi hijo, ¡yo sé lo que te conviene!»), cuando ellos descubren su individualidad y empiezan a buscar su propio sentido en la vida, no sería amor. Y aún sería menos amoroso pasarle el brazo por el hombro y decirle, «No me importa lo que hagas. Después de todo no eres mi hijo; somos extraños el uno para el otro. ¡Tan sólo canta Hare Krishna!»
No nos desarrollamos espiritualmente siguiendo de manera indiscriminada nuestras sentimientos y necesidades (o los de otros), ni reprimiéndolos pensando que son materiales. Las necesidades y los sentimientos son una fuerza impulsora, y podemos utilizar esa energía para acercarnos más a Dios. El cómo deba usarse dicha energía es algo que cada uno de nosotros debe aprender por medio de la introspección, y la guía y ejemplo de las personas más destacadas espiritualmente.
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