EL VIAJE DEL ALMA
Los Vedas explican que el alma puede habitar un cuerpo de cualquiera de las 8.400.000 especies. En esas especies, la complejidad de la forma física varía, comenzando con los microbios y amebas, continuando por los acuáticos, plantas, insectos, reptiles, aves y mamíferos, y culminando en los seres humanos. Llevada de su deseo de disfrutar de la materia, el alma viaja continuamente por esos diferentes cuerpos, en un interminable ciclo de nacimientos y muertes.
Según los Vedas, las almas que se hallan en formas inferiores a la humana evolucionan de forma automática hacia la especie inmediatamente superior, llegando finalmente a la forma humana. Pero, puesto que el hombre tiene la libertad de elegir entre materia y espíritu, existe la posibilidad de que el alma descienda de nuevo a las especies inferiores. Las leyes del karma actúan de tal forma que, si un ser humano vive y muere con una mentalidad animal, similar, por ejemplo, a la de un perro, en su siguiente vida podrá satisfacer sus deseos perrunos con los sentidos y los órganos de un perro. Esta posibilidad no es muy agradable, pero es el destino que espera a quien vive en la ignorancia. «Quien muere en ignorancia, nace en el reino animal».
Por lo tanto, el alma que ahora se halla en un cuerpo animal, en el pasado pudo haber habitado un cuerpo humano, y viceversa. Si bien el alma puede ocupar, uno tras otro, un cuerpo de planta, de animal o de ser humano, su naturaleza intrínseca es siempre la misma. Puesto que es energía espiritual pura, la materia no la puede alterar en modo alguno. Es solamente el revestimiento corpóreo, con su particular combinación de mente y de sentidos, el que aprisiona temporalmente la energía espiritual del alma, o por el contrario, la libera.
No hagas a los demás lo que no quieras para ti
Mucha gente, que jamás podrían matar a un animal con sus propias manos porque piensan que sería algo horrible, se consideran libres de violencia si comen la carne de animales matados por otros. Ésa opinión es superficial, y ninguna autoridad espiritual auténtica la aprueba. Según la ley del karma, todos los implicados en la matanza de un animal son culpables: el que ha dado permiso para que lo maten, el que lo mata, el que le ayuda, el que compra la carne, el que la cocina y el que la come. Es justo que sea así. Ante un tribunal, todos los que han participado en un crimen se consideran responsables, y en especial los que contratan los servicios del asesino.
También las sutiles leyes del karma nos informan de que rasgos negativos de carácter, como la crueldad, la depresión, la arrogancia, la apatía, la insensibilidad, la ansiedad y la envidia son la cosecha psicológica de quien practica, directa o indirectamente, y de forma continuada, el acto de matar. A quien sigue una dieta vegetariana le es mucho más fácil vivir en paz, sereno, productivo y preocupado por el bienestar de los demás. Así lo comentaba el físico Albert Einstein: «Un modo de vida vegetariano, con sus positivos efectos sobre el carácter de los hombres, influenciaría de forma más beneficiosa a toda la humanidad». Pero, cuando la conciencia del hombre se contamina con los efectos del karma negativo resultante de actos destructivos y violentos, sus buenas cualidades quedan cubiertas.
La causa de la violencia
En nuestros días, pese al impresionante progreso científico y tecnológico, el mundo sufre una imparable oleada de violencia: guerras, terrorismo, delincuencia, vandalismo, abuso de menores, aborto. Desde 1.945, año de fundación de las Naciones Unidas, hasta 1.985 hubo más de 140 guerras. En Estados Unidos son asesinadas cada año cerca de 20.000 personas. En vista del estrepitoso fracaso de tantos mecanismos políticos y sociales de prevención, tal vez sea el momento de analizar el problema desde otro punto de vista: el de las leyes del karma. Podríamos quizás preguntarnos si la causa de toda esa imparable violencia no se debería achacar al brutal holocausto de animales indefensos que ininterrumpidamente se viene realizando.
La violencia que se manifiesta entre los hombres es una reacción kármica al exterminio de animales. «Hoy en día apenas no existe la compasión, y, debido a ello, los hombres luchan constantemente entre sí en un sinfín de guerras, sin llegar a entender que, por el hecho de matar impunemente a tantos animales, también ellos se condenan a morir como animales en la guerra. Esto es evidente sobre todo en los países occidentales, donde existen infinidad de mataderos y donde, cada cinco o diez años, estalla una guerra terrible en la que miles y miles de personas son aniquiladas con más crueldad si cabe que los animales en los mataderos. A veces, en la guerra, los militares encierran en campos de concentración a los prisioneros enemigos y los matan de forma atroz. Son reacciones a la matanza sin restricciones de animales en los mataderos y partidas de caza.»
¿No es malo también matar a los vegetales?
Otra pregunta metafísica que suele plantearse es la siguiente: «Si todo lo que vive está dotado de la misma naturaleza espiritual, ¿por qué es correcto comer cereales, verduras, etc…, y carne no? ¿Es que los vegetarianos no son culpables de matar a las plantas?». Se puede responder, sin más preámbulos, que la fruta, la leche, los frutos secos y los cereales, es decir, los alimentos vegetarianos, se obtienen sin necesidad de matar. Pero también en los casos en que se quita la vida a las plantas, el sufrimiento que se ocasiona es muy inferior al de matar a un animal, pues el sistema nervioso de las plantas está mucho menos desarrollado. Está claro que hay una gran diferencia entre arrancar una zanahoria de la tierra y matar un cordero. No obstante, también al matar plantas se tienen que sufrir reacciones kármicas.
Ésa es la razón por la que en la Bhagavad-gita se dice que el hombre no debe contentarse con comer alimentos vegetarianos, sino que, además, debe ofrecerlos. Si seguimos ese método de sacrificio, no nos impregnaremos de las reacciones kármicas debidas a matar plantas. Caso contrario, según la ley del karma, nosotros mismos seremos los responsables.
«Los seres humanos, a los que el Señor ha dado los cereales, las verduras, la fruta y la leche, tienen el deber de agradecer la esa misericordia. Como signo de gratitud, deben sentirse en deuda por el alimento que reciben y ofrecerlo antes, para después compartir los remanentes». Con esa comida santificada, que recibe el nombre de prasadam, el ser humano está protegido de las reacciones kármicas y progresa espiritualmente.
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